jueves, 23 de agosto de 2012
jueves, 16 de agosto de 2012
LA LAURISILVA SE VE, EL SEBADAL NO
Canarias
es tierra de paradojas, algunas siniestras. Estos días vivimos una tragedia, con
destellos de un diabólico ritual de autoinmolación y hecatombe.
En
este escenario, el gobierno de Canarias clama al cielo por la destrucción de
los bosques de laurisilva, una reliquia del terciario de extraordinario valor
biológico que forma parte de nuestro imaginario colectivo.
Sin
embargo el presidente de este gobierno clamante, de composición tan
pintoresca que hace que el consejero de hacienda --con la que está cayendo-- sea, a la vez, responsable de emergencias y de la lucha contra los incendios y que cuenta con una consejería de
medioambiente disociada de la de ordenación del territorio (y ambas asignadas a
partidos distintos), es el principal
responsable de uno de los atentados más graves contra la biodiversidad del
Archipiélago que registran los anales: la exclusión de los sebadales del
catálogo de hábitats y especies con alto grado de protección, para construir
impunemente el Puerto de Granadilla.
La
operación fue perpetrada con premeditación y alevosía. Hagamos memoria. En
Canarias, para el stablishement la
memoria es subversiva. A finales de la pasada legislatura, mediante una Ley del
Parlamento de Canarias, se modificó el Catálogo Canario de Especies Amenazadas
reduciendo a una categoría de riesgo inventada ex profeso, que mal cubría la
vergüenzas de una desprotección real, las praderas de cimodosea nodosa, los
sebadales, un ecosistema de alta productividad en biomasa y oxígeno, de gran importancia en la lucha contra el
cambio climático, porque es un verdadero sumidero de CO2, y de gran biodiversidad.
Aprobó
el nuevo Catálogo por Ley surgida de una proposición de los grupos
parlamentarios de CC y PP, ya que el Gobierno no se atrevió a presentar un
proyecto de Ley, cuya tramitación en sede gubernativa habría requerido incómodos informes de los servicios jurídicos y
técnicos de la Administración.
No
se tramitó como Decreto, como todos los
catálogos estatales y autonómicoshabidos y por haber, porque esa tramitación
habría requerido una fase de participación ciudadana, que es un derecho, desde
que el Tratado de Aarhus fue incorporado a los ordenamientos europeo y
español, que se quería evitar a toda
costa. Y porque una Ley no puede ser recurrida por los ciudadanos y asociaciones ecologistas ante los Tribunales y un Decreto sí. Es difícil
imaginar una degradación mayor
del Parlamento y del propio concepto de
Ley como principal instrumento de nuestro autogobierno.
El único cabo suelto, la interposición de un
recurso de inconstitucionalidad por parte del PSOE (a lo que se comprometió
solemnemente el gran Paco Spínola, plenipotenciario de los socialistas
canarios) fue amarrado como una de las contrapartidas secretas del apoyo de
Coalición Canaria a Zapatero.
El
Tribunal Supremo ha anulado una Orden de
la Consejería de Medioambiente, dictada por Domingo Berriel la pasada
legislatura, que tenía la misma
finalidad que el nuevo Catálogo: desproteger el sebadal para construir el
Puerto de Granadilla. Y, ponderando los intereses económicos y mediambientales
en juego en este espacio del Sur de Tenerife, ha dado prioridad a la protección
de los recursos naturales y la biodiversidad.
A partir de esta Sentencia muchas voces se han
alzado exigiendo la paralización de las obras del Puerto de Granadilla. Pero
esa Sentencia no es suficiente jurídicamente. Precisamente la aprobación por Ley del Catálogo fue pura guerra
preventiva contra la posibilidad de esta Sentencia anulatoria. Ahora bien:
con esta Sentencia en la mano, hay que solicitar formalmente al Gobierno que
paralice las obras. Y, cuando el Gobierno se niegue o dé la callada por
respuesta, hay que pedir la intervención de la jurisdicción
contencioso-administrativa.
Entonces, el Gobierno se escudará en la Ley
del Catálogo y ese será el momento de promover
la cuestión de inconstitucionalidad. De manera que lo que el PSOE pudo
hacer y no hizo, llevar este gigantesco chanchullo ante el Tribunal
Constitucional, puedan hacerlo los ciudadanos a través del poder judicial.
La descripción de toda esta maniobra, su
finalidad de impedir el ejercicio de derechos de participación y de acceso a la
justicia, y el objetivo final desvelado por la Sentencia del Tribunal Supremo:
imponer intereses económicos a la preservación de un ecosistema amenazado de extraordinaria importancia biológica,
componen en mi opinión un arsenal
jurídico de gran consistencia.
En el plano político la exigencia de suspensión
ha de ser una constante. Por eso es tan meritoria la iniciativa de G.
Llamazares ante el Congreso. Pero los autores e inductores de la agresión saben
que sólo el Tribunal Constitucional
puede ponerlos en su sitio. Es verdad que llevará tiempo. Es algo que
tenían perfectamente previsto. En realidad es la finalidad esencial de toda
esta estratagema. Pero más tiempo se perderá cuanto más tarde en ponerse en
marcha el camino hacia la jurisdicción constitucional.
¿Cómo
se explica que el Gobierno defienda la laurisilva y destruya el sebadal?
Porque la laurisilva se ve, la han
cantado nuestros poetas y los canarios
la hemos incorporado a nuestros más delicados sentimientos. Al sebadal
lo recubren someramente las
aguas de la mar océana y no se ve. Y
dice el dicho que ojos que no ven, corazón que no siente. Y ese dicho lo
conocen todos los demagogos de hoy y de
siempre.
Paulino
clama sin el menor rubor en defensa de la laurisilva y contra las prospecciones
petrolíferas. José Miguel Pérez, consejero de medioambiente, se limita a anunciar que prepara un nuevo
catálogo con todas las bendiciones científicas. Para cuando lo presente, ya se
habrán producido las mortíferas consecuencias del actual catálogo de desprotección de especies amenazadas y la
construcción del Puerto de Granadilla,
piensan, será irreversible.
Lo menos que se despachaba entretanto, para
mantener un mínimo respeto a sus compromisos con los votantes socialistas, era
haber presentado un proyecto de Ley de artículo único: queda derogado el
Catálogo tramposo de 2010 y restablecido el
de 2001. Pero no lo han hecho y ni la Sentencia del Tribunal Supremo les
saca los colores.
domingo, 5 de agosto de 2012
TELEVISIÓN PÚBLICA: RUBALCABA DENUNCIA, SPÍNOLA CONSIENTE
Contribuir
a la formación de una opinión pública informada, garantizando el pluralismo y
la veracidad, eran el santo y seña de la reforma del régimen jurídico de la radio y la televisión de titularidad
estatal realizada por el gobierno del PSOE, a través de la Ley 17/2006. Fue un
gesto de coherencia indiscutible. No es
fácil que un gobierno renuncie a lo que venía siendo, y vuelve a ser, un gran
aparato de propaganda.
La
dependencia del Parlamento y no del Gobierno, la elección de su consejo de
administración por mayoría reforzada, la supervisión de su actividad por una
autoridad audiovisual independiente, la defensa de la independencia de sus
profesionales y su participación (Consejo de Informativos) fueron
ingredientes para lograr la “neutralidad y objetividad” de
los contenidos informativos, para que RTVE cumpliera una tarea de servicio público indispensable en una sociedad democrática.
Promover
un cambio similar para la radio y televisión canaria era, fue, un compromiso esencial de los
socialistas ante su degradación y
manipulación por los sucesivos gobiernos
de Coalición Canaria y del PP, que hoy
se “abochorna” ante la indecencia de su
politización. Indecencia que no les frena en absoluto a la hora de perpetrar en
Canarias el mismo asalto a RTVE, la
española, que están rematando estos días.
He
leído el Recurso de Inconstitucionalidad formulado por lo más granado de los
diputados socialistas (Chacón, Hernando, Rubalcaba, Narbona, Jauregui, López
Garrido, Torres Mora, Madina, Valenciano y, cómo no, el inimitable Pepe
Blanco), sobre argumentos elementales desde el punto de vista constitucional y
democrático: la revisión del modelo legal por Decreto Ley es un abuso de los límites constitucionales; y la invocación
razones abstractas para justificar los cambios sólo pretende ocultar sus verdaderos
objetivos de evitar todo tipo de control parlamentario y volver a situar el
ente público en la órbita gubernamental. Objetivos que éstos días “están ocurriendo, los estamos viendo”, como
decía un slogan de CNN+, tras los
últimos nombramientos y destituciones.
El
panorama es patético. Rubalcaba denunciando y, aquí en
Canarias, un PSC-PSOE consintiendo.
Cuando Spínola & Co. protagonizaron
una negociación completamente entreguista con Paulino, obsesionados por
sentarse como fuera en el Gobierno. Cuando aceptaron una Consejería de
Presidencia desgüesada, sin los Servicios Jurídicos ni Seguridad, o una
Consejería de medioambiente sin ordenación del territorio, nunca pensé que la
pusilanimidad llegara a tanto.
Cambiar
el modelo de la radiotelevisión canaria no tiene nada que ver con la crisis
económica, sino con la dignidad democrática, esa que parecen algunos haber perdido para siempre.
Sin una
opinión pública libre “no hay sociedad libre ni, por tanto,
soberanía popular”… “reducidas a formas hueras las instituciones
representativas”…”y absolutamente falseado el principio de legitimidad (democrática) que enuncia el art. 1.2 de
la Constitución”… “vaciados de contenido real otros derechos que la
Constitución consagra”, dejó establecido
el Tribunal Constitucional desde sus
primeras Sentencias (1981) sobre la libertad de información.
En
Canarias entre el paisaje reflejado los
medios de comunicación y el pluralismo de la sociedad hay una sima, que hace
difícil exagerar la importancia de que
los medios de titularidad pública
funcionen como un auténtico servicio público y velen por la objetividad
informativa.
Los
que están perpetuando con su pasividad
en el Gobierno el actual statu quo, con un director general que se ha estado
riendo del Parlamento desde que lo nombraron,
deben ser plenamente conscientes del daño que hacen. Porque los manejos
de Paulino y de los suyos no se limitaron a manipular los medios públicos, sino
a amañar el concurso de la TDT que los Tribunales han anulado --pero ellos como si tal cosa-- y contra el
que el grupo parlamentario socialista canario dirigió las más agrias críticas.
Cada
vez que los que se dicen demócratas consienten un ataque a las reglas
democráticas, por oportunismo o por conveniencia, sientan un grave precedente. Un precedente del que luego
sacan literalmente petróleo los enemigos de la democracia. O los que estarían
más cómodos sin ella.
Decirles estás cosas a unos aparatchiks arregostados de mediocridad es como arar en el mar.
viernes, 3 de agosto de 2012
Tal vez no hubo acuerdo en realidad
O si
lo hubo, pero algunos lo firmaron con
tantas reservas mentales que fue como si no lo hubiera habido.
Me
refiero a los que pensaban que España no existe, que carece en absoluto de
sustancia y que lo único real es la existencia de comunidades territoriales que
tienen entre sí muchas más diferencias
que parecidos. A partir de ahí han elaborado todo un lenguaje sobre la
plurinacionalidad y, con disciplina espartana, han sustituido en el discurso el
término España por el de Estado. Como si éste fuera un mero artificio de
gobierno (o de dominación) instalado
sobre la nada sociológica o histórica o cultural…
Y
también me refiero a los que nunca aceptaron que eso que llaman España
es plural y necesita organizar la convivencia entre las
personas y los territorios que refleje
esa manera de ser.
Cuando
observo la España autonómica de los últimos tiempos me convenzo de que si hubo
acuerdo constitucional, ya no lo hay. Que
los que nunca creyeron en el acuerdo y lo aceptaron por mera
conveniencia táctica, o porque no les quedaba otra, se han vuelto a encuevar en
su punto de partida. De donde en realidad
nunca habían salido.
Porque, aunque los hechos importan, no son
decisivos, puesto que lo que se discute es la manera de considerarlos (C. Gómez
y J. Muguerza, 2007).
Lo
singular de los tiempos recientes es que cada quien proclama su ideario sin
complejos. Desde los que siempre creyeron que el sistema autonómico era una
estación de tránsito hacia la soberanía de “su” nación, que sí es de
verdad, hasta los que al socaire del
panorama actual proclaman que el Estado de las autonomías es el de las
“anomalías” y que lo que se puede hacer con él, y se debe, es reorganizarlo en
profundidad “o incluso suprimirlo”
(Jorge De Esteban, el Mundo 23-7-2012).
No hay
ningún argumento, ni histórico, ni sociológico, ni comparativo (los demás
Estados-Nación occidentales se formaron ni más ni menos de la misma manera que
el Estado español, o sea con una mezcla de maquiavelismo, unidad religiosa
impuesta, limpiezas étnicas, guerra, diplomacia dinástica y con una base social
en general no más compacta que la de los pueblos ibérico) que pueda convencer a
los que de antemano están adheridos a un
relato cerrado a cualquier diálogo.
Ni
tampoco a los que no aceptan ni aceptarán otra idea de España que la de la
unidad de destino en lo universal.
En
estas cosas no hay argumentos inapelables. Lo que hay es una decisión
razonable, basada en experiencias históricas propias y ajenas que aconsejaban
poner en pie un sistema político y de convivencia que ayudara a establecer la
libertad, la unidad de los pueblos de España, el respeto y la solidaridad entre
ellos, es decir entre los españoles.
Pero
ese sistema, para ser viable y útil para alcanzar los fines que lo inspiran,
tiene que desenvolverse con arreglo a sus propios principios y fundamentos.
Por
eso las propuestas de reforma han de venir desde los que creemos en la España
de las Autonomías, que es España y España plural, pero no un simple puzle de
piezas territoriales y nada más.
Las
reformas del Estado de las Autonomías exigen un viaje a la semilla, a sus
propios orígenes. Y en el principio era la Constitución. Y dentro de ella el artículo 149, que contiene
los resortes imprescindibles para que el Gobierno de España sea el gobierno de un Estado y no otra cosa. No hay
nada más pernicioso que un gobierno que no puede gobernar los asuntos comunes.
El desarrollo autonómico no puede ser un asalto interminable a las competencias
exclusivas del Estado. Ni el sistema electoral al Congreso debe seguir
amplificando eternamente ese asalto, a costa del principio del voto igual.
Los
poderes del Gobierno, como la dirección de la política económica, están para
defender los intereses comunes a los españoles; pero no para desnaturalizar el
sistema, aprovechando la crisis como
estribo para una nueva recentralización.
Volver
a la semilla es recordar algunos consejos que
los Expertos (1981) nos brindaron cuando el desarrollo autonómico estaba bloqueado y la
democracia en peligro: que los parlamentos autonómicos no debían tener períodos
de sesiones permanentes, ni cobijar a un nuevo estamento de diputados con
sueldo; ni las Comunidades Autónomas, por mera inercia, un aparato administrativo completo. Buenos consejos
para tiempos difíciles, como los de ahora.
Luego
la democracia se asentó y la economía creció. Parecía que para siempre jamás.
El
panorama actual es otro. Toca recoger velas para salvar lo fundamental. Y lo
fundamental para muchos es que España existe y merece la pena. Y también un
sistema de convivencia entre sus pueblos en libertad. Y un tipo de gobierno que ayude a corregir desigualdades
e injusticias de antiguo. Porque con
demasiadas injusticias sólo puede haber demasiada poca democracia.
El
reto no es fácil. Si no lo acometen quienes crean en los valores
constitucionales, los cambios de todas formas se harán.
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