Era 2007. Los canarios dieron precisas instrucciones de cambio. No cabía ninguna interpretación moral ni intelectualmente decente, ni “canariamente” honrada, del resultado electoral. No puede haber otra lectura, en un país democrático, cuando la tercera fuerza política se convierte súbitamente en la primera. En la primera con difer”i”encia.
Antes incluso de que la voz de cambio se diera por los canarios, ya estaban manos a la obra en contra del cambio los de siempre. Los que se han repartido el poder con todas las variaciones posibles sobre el mismo tema. Porque veían venir el veredicto de las urnas. Se trataba de abortar las esperanzas de los canarios. De los canarios, de ese pueblo con cuya invocación se llenan la boca.
La hoja de ruta estaba clara para los sicarios de la resignación. Primero, había que impedir a todo trance que quien representaba el anhelo de cambio presidiera el Gobierno. Luego, había que destruirlo. Políticamente, se entiende. No podía ser, de ninguna manera, que quien representaba la ilusión de un pueblo siguiera andando tan campante por estas Islas.
La finalidad, también. Había que darle una lección a un pueblo visiblemente inmaduro para gobernarse a sí mismo. Si a pesar de la normativa electoral, que hace de guardiana del sistema de poder establecido, los canarios exigían cambio más les valía que perdieran toda esperanza. Aquí, en estas Islas, siempre las cosas fueron y serán así. Las Instituciones, una mera agencia de los que mandan en la sociedad y en la economía. Y de los que mandan sobre los que mandan. Qué es eso del interés público, ni qué niño muerto.
Y de paso, desmoralizar. Eso del cambio es una fantasía. Mejor, la próxima vez no pierdan el tiempo yendo a votar. Total, no sirve para nada.
Pero desmoralizar no sólo a los canarios, sino también a una dirigencia socialista a la que el despertar de los canarios había sacado de su modorra. Y se sumaron, sin creérselo del todo, a los himnos y a las consignas. Se les notaba la voz impostada, el tono chillón. Eran la pieza más fácil de doblegar. El Régimen los conoce de viejo.
Paulino y Soria y todo lo que ello representan bajo el cielo de esta tierra, hicieron su trabajo. A los pocos meses ya había conspiraciones en el Partido Socialista Canario. No eran conspiraciones internas como cuchicheaban los avisperos periodísticos. Eran simplemente conspiraciones contra lo que los canarios decidieron porque lo necesitaban: el cambio. Faltaba un faro y guía que dieran las instrucciones, que fijara el orden del día de la resignación. Y en seguida apareció el elegido. “Lo importante no es el resultado electoral, sino estar en el Gobierno”.
La siguiente presa era Juan Fernando. Le había tocado liderar una honrosa misión: devolver el derecho a la autonomía, a autogobernarse, a su señor natural, el pueblo canario. Se lo acabó creyendo, lo certifico. Pude presenciarlo en vivo y en directo, aunque no en primera fila. En primera fila estaban los que habían estado siempre y hoy siguen estando. En primera fila, pero observando y conspirando. Y si falta alguno, siguen ahí sus actitudes. Vivitas y coleando. Aunque llamar vivito a algo mortecino, porque la resignación es negar las posibilidades de la vida, la fuerza de las ilusiones, sea una contradicción en sus términos. A J.F. lo cercaron. Pero fue él quien se marchó. Ahí queda para la crónica de nuestras cosas.
Luego vino todo lo demás. Pero eso no hay que contarlo. Está pasando, lo estamos viendo (CNN+).
Faltaba, para completar la faena, lo más difícil. Ahogar el ímpetu de cambio de los canarios. Y, si fuera posible, para siempre jamás.
Pero no lo han conseguido. Los canarios quieren el cambio porque lo necesitan. Y si en 2007 era necesario, ahora es inaplazable.
Si Canarias, es decir los canarios, lo necesitan y decidieron en las urnas ponerlo en marcha, es una orden. Una orden que está más vigente que nunca, a pesar de las interferencias de señales y ondas intervenidas. Lo bueno de una sociedad libre es que el poder y los poderosos no lo pueden controlar todo durante todo el tiempo. Y en los resquicios florece la libertad y la dignidad de un pueblo.
Por eso debemos empezar sin demora. ¿Por dónde? Por la pieza que debiera ser útil a los canarios, representándoles, y lleva demasiado tiempo en harina de otro costal: el Parlamento, órgano representativo del pueblo canario. Estas son las proclamas: ¡Abajo las barreras electorales! Y ¡Abajo el fuero!
Abajo las barreras, porque son guardianas de un régimen, de un sistema de poder que no representa ni las necesidades ni las ilusiones de todo un pueblo. Con estas barreras no controlan toda la composición del Parlamento. No es un artilugio tan tosco como lo fue el sufragio censitario con el que la burguesía secuestro la soberanía nacional en muchos países, durante más de un siglo. Es más sutil, pero más eficaz. Porque con las barreras prefabrican la mayoría parlamentaria, que ya no sólo aprueba las Leyes, sino decide el Gobierno. Esto es un sistema parlamentario. Manejando la mayoría parlamentaria controlas todo el poder.
Abajo el Fuero, porque es una anticualla sin ningún sentido. Ya sólo es útil para quienes quieren sustraerse al principio de igualdad ante la Ley, no dar cuenta de sus andanzas ante el Juez ordinario predeterminado por la Ley, usar el Parlamento para intentar la impunidad de fechorías cometidas en otros cargos públicos. Si las barreras nos emparentan con los sistemas políticos propios del liberalismo oligárquico, el Fuero de los diputados nos devuelve a tiempos más pretéritos, a sistemas sociales estamentales e inicuos. La obscenidad con la que algunos pervierten las prerrogativas trasnochadas de la Cámara, lo pone al descubierto.
Así que ¡a la tarea!
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