Para los neoconservadores, una dictadura no es tal si preserva la propiedad privada, la libre empresa y el mercado. Sólo cuando aparecen propiedad estatal y economía dirigida, consideran que empieza a haber dictadura. Pero si lo que falta es sólo la libertad política, como ocurre en Guinea, China, o como ocurrió en los regímenes franquista o pinochetista, el sistema político y social mantiene un no sé qué de homologable y visitable y no embargable.
En realidad, esa es una idea muy remota, precontemporánea, de libertad. La propiedad fue desde siempre, hasta los tiempos modernos, la única libertad. La que liberaba a uno de la esclavitud del hambre y de la pobreza. Se necesitaron milenios de civilización para que apareciera el concepto de libertad política. Que surgió como libertad de creencias, como libertad religiosa frente a la religión de Estado, que era un pilar esencial de la autoridad política. Como libertad y seguridad para disfrutar del patrimonio, frente a impuestos y confiscaciones arbitrarios (no taxation whitout representation). Y como libertad de movimientos frente a detenciones arbitrarias (habeas corpus). Luego como libertad de pensamiento y como libertad para expresarlo. Para proponer tales o cuales fórmulas para el buen gobierno de la sociedad.
Estos conservadores, que se llaman a sí mismos neoliberales, son en realidad muy poco liberales. Porque en su dimensión económica, liberalismo no es simplemente capitalismo. Es también libre competencia y ella necesita el papel arbitral del poder político, garantía de respeto a las reglas de juego, interdicción del tráfico de influencias y del uso de información obtenida en los aledaños del poder. Porque el mercantilismo era capitalismo, pero no liberalismo. Éste necesita economía de mercado; pero de buen mercado que permita la más eficiente asignación de recursos económicos. Que, por definición, son escasos y susceptibles de usos alternativos.
Por eso, cuando el Vicepresidente Dick Cheney y sus adláteres hacían jugosos negocios con el dinero de los Presupuestos federales para destruir Irak, y luego para reconstruirlo, no estaban actuando como liberales sino como aprovechados y truhanes. Que es exactamente lo que pasa por estos lares con unos cuantos que dicen ser liberales, pero que están oteando el panorama para calzarse los grandes contratos públicos, si fuera posible a dedo o trucando los concursos. Y las mejores reclasificaciones de suelo, con la ayuda inestimable de sus amigos gobernantes.
Sin embargo, aunque la libertad política tiene una vinculación indisociable con la dignidad humana y en ella reside su razón de ser y su alcance civilizatorio, es también un componente fundamental del liberalismo económico. Porque sin todo su instrumental: imperio de la Ley, separación de poderes, libertad de información y elecciones libres —que son técnicas de la libertad política, las que la hacen posible—, es una quimera intentar evitar el ventajismo económico, las grandes fortunas amasadas desde el poder y la corrupción, todos ellos incompatibles con un liberalismo económico digno de ese nombre. Si todas las lacras de la corrupción se dan, y hay que ver de qué manera, donde existe libertad política, apaga la luz y vámonos donde no existe. Pero a nuestros neocons, estas cosas no les inquietan. Por eso, Obiang bueno. Fidel, malo.
La libertad económica es el primer ingrediente de una sociedad libre. El primer ingrediente en la receta y el que sirve de base a los demás. Pero no es más importante que otros.
Que otros como la libertad política, que para la cultura contemporánea reviste mayor excelencia. Sin libertad económica, no hay libertad política. Justo por eso, y para que la libertad política alcance a todos, ya que emana directamente de la dignidad humana, los poderes públicos no pueden desentenderse de los que no disponen de los medios necesarios para vivir. Ni de los que padecen dificultades que quitan a la vida y a la libertad todo sentido. Ni de aquéllos esclavizados por la ignorancia o por la violencia. De ahí que muchas personas progresistas se identifiquen con las tradiciones del liberalismo. Y se sientan cercanos a Obama y lejos de Bush y Aznar.
La tortura, el asesinato y el encarcelamiento de los disidentes son intolerables. Lo es igualmente la censura informativa. Y son intolerables aunque sólo se den en un caso, en una sola ocasión, o afecten a una única persona. Y son intolerables con independencia de cómo se llame a sí mismo el sistema político que las perpetra. Y al margen de que las grandes cadenas de comunicación, los intereses de sus propietarios o los Gobiernos de los países más poderosos decidan difundirlas o silenciarlas. Y de que la opinión pública internacional esté pendiente de esas situaciones o las ignore.
Por eso, la diferencia de trato entre dos regímenes autoritarios es incompatible con la ideología liberal. Pero no con el neoconservadurismo del PP. Para el que, si hay propiedad privada y libertad de empresa, aunque sean sólo para los amigos del gobierno, no hay dictadura.
En realidad, esa es una idea muy remota, precontemporánea, de libertad. La propiedad fue desde siempre, hasta los tiempos modernos, la única libertad. La que liberaba a uno de la esclavitud del hambre y de la pobreza. Se necesitaron milenios de civilización para que apareciera el concepto de libertad política. Que surgió como libertad de creencias, como libertad religiosa frente a la religión de Estado, que era un pilar esencial de la autoridad política. Como libertad y seguridad para disfrutar del patrimonio, frente a impuestos y confiscaciones arbitrarios (no taxation whitout representation). Y como libertad de movimientos frente a detenciones arbitrarias (habeas corpus). Luego como libertad de pensamiento y como libertad para expresarlo. Para proponer tales o cuales fórmulas para el buen gobierno de la sociedad.
Estos conservadores, que se llaman a sí mismos neoliberales, son en realidad muy poco liberales. Porque en su dimensión económica, liberalismo no es simplemente capitalismo. Es también libre competencia y ella necesita el papel arbitral del poder político, garantía de respeto a las reglas de juego, interdicción del tráfico de influencias y del uso de información obtenida en los aledaños del poder. Porque el mercantilismo era capitalismo, pero no liberalismo. Éste necesita economía de mercado; pero de buen mercado que permita la más eficiente asignación de recursos económicos. Que, por definición, son escasos y susceptibles de usos alternativos.
Por eso, cuando el Vicepresidente Dick Cheney y sus adláteres hacían jugosos negocios con el dinero de los Presupuestos federales para destruir Irak, y luego para reconstruirlo, no estaban actuando como liberales sino como aprovechados y truhanes. Que es exactamente lo que pasa por estos lares con unos cuantos que dicen ser liberales, pero que están oteando el panorama para calzarse los grandes contratos públicos, si fuera posible a dedo o trucando los concursos. Y las mejores reclasificaciones de suelo, con la ayuda inestimable de sus amigos gobernantes.
Sin embargo, aunque la libertad política tiene una vinculación indisociable con la dignidad humana y en ella reside su razón de ser y su alcance civilizatorio, es también un componente fundamental del liberalismo económico. Porque sin todo su instrumental: imperio de la Ley, separación de poderes, libertad de información y elecciones libres —que son técnicas de la libertad política, las que la hacen posible—, es una quimera intentar evitar el ventajismo económico, las grandes fortunas amasadas desde el poder y la corrupción, todos ellos incompatibles con un liberalismo económico digno de ese nombre. Si todas las lacras de la corrupción se dan, y hay que ver de qué manera, donde existe libertad política, apaga la luz y vámonos donde no existe. Pero a nuestros neocons, estas cosas no les inquietan. Por eso, Obiang bueno. Fidel, malo.
La libertad económica es el primer ingrediente de una sociedad libre. El primer ingrediente en la receta y el que sirve de base a los demás. Pero no es más importante que otros.
Que otros como la libertad política, que para la cultura contemporánea reviste mayor excelencia. Sin libertad económica, no hay libertad política. Justo por eso, y para que la libertad política alcance a todos, ya que emana directamente de la dignidad humana, los poderes públicos no pueden desentenderse de los que no disponen de los medios necesarios para vivir. Ni de los que padecen dificultades que quitan a la vida y a la libertad todo sentido. Ni de aquéllos esclavizados por la ignorancia o por la violencia. De ahí que muchas personas progresistas se identifiquen con las tradiciones del liberalismo. Y se sientan cercanos a Obama y lejos de Bush y Aznar.
La tortura, el asesinato y el encarcelamiento de los disidentes son intolerables. Lo es igualmente la censura informativa. Y son intolerables aunque sólo se den en un caso, en una sola ocasión, o afecten a una única persona. Y son intolerables con independencia de cómo se llame a sí mismo el sistema político que las perpetra. Y al margen de que las grandes cadenas de comunicación, los intereses de sus propietarios o los Gobiernos de los países más poderosos decidan difundirlas o silenciarlas. Y de que la opinión pública internacional esté pendiente de esas situaciones o las ignore.
Por eso, la diferencia de trato entre dos regímenes autoritarios es incompatible con la ideología liberal. Pero no con el neoconservadurismo del PP. Para el que, si hay propiedad privada y libertad de empresa, aunque sean sólo para los amigos del gobierno, no hay dictadura.